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das Mystische 2.1

El archivo

El archivo Cada vez que cumplo años (años de presencia continua, de acercamientos voluntarios a los hechos y a las cosas, de dudas y preguntas dibujadas en la pantalla de la realidad virtual y compartidas con amigos y extraños), siento la tentación (no sé bien por qué motivo) de hacer recuento y balance de todo, de juntar lo resumido en breves notas manuscritas, en apuntes de polvo y rabia, en cadenas apresuradas de lógica, inaugurando y organizando un nuevo y aparentemente definitivo archivo, un archivo destinado al mismo fin al que acaban condenados todos mis archivos.

Uno puede organizar un archivo de la manera más insospechada, porque un archivo (si es ante todo un buen archivo) es una caja sin fondo que permite todo tipo de presencias y todo tipo de combinaciones. Aby Warburg, por ejemplo, organizó más de 2000 imágenes en 79 tablas, en su proyecto Mnemosyne Atlas, en un intento por ordenar las constantes simbólicas a lo largo de toda la Historia del Arte. Y, menos ambicioso, Pablo Cruz Aguirre, un publicista argentino, lleva más de 15 años recogiendo fotografías de la basura y de las calles de Buenos Aires, dando vida a un curioso almacén de retratos, parejas y familias completamente anónimos. Un archivo, como señala Domingo Hernández, a propósito del archivo de Gerhard Richter, es un conjunto de heterogeneidad y homogeneidad, de identidad y diferencia, de fragmentación y totalidad; un producto donde el todo y las partes continuamente forcejean y se resisten a mostrar un acuerdo tácito. Dos meses antes de que se levantara el muro de Berlín, Richter emigró a Alemania Federal desde Dresde, su ciudad natal, donde había estudiado la carrera de Bellas Artes. Desde entonces, y dado que destruyó buena parte de la obra que había realizado en Alemania del Este, viene trabajando en un Atlas o archivo de fotografías y bocetos que suma ya unas 5000 imágenes en más de 650 paneles. Si les interesa el tema, les aconsejo la lectura del artículo de Domingo Hernández.

El por qué de un archivo pasa siempre por las mismas necesidades: pasado y memoria, identidad y autoridad, información y poder; pero también pueden echar un vistazo a su cajón de las fotografías de toda una vida, a la estantería donde guardan sus viejas cintas de video, a sus flamantes archivos informáticos: seguro que, donde menos lo esperan, se encuentran con una sorpresa. El Atlas de la memoria nos lleva de Michael Serres a Bernd y Hilla Becher, de Walter Benjamin a Christian Boltanski, Hannah Höch, Matt Mullican o Hans Peter Feldman. Si regreso a mis antiguos archivos, ¿qué deseo en el fondo? ¿La pretensión de totalidad en momentos de crisis? ¿El reencuentro con un desconocido?

Hace ahora unos años, un viejo amigo residente en los Estados Unidos logró la hazaña de componer (con los restos de la memoria, y con diferentes materiales de derribo y de esperanza) un extraño archivo que, en general, cumplía con las características que hacen de un archivo algo cercano y necesario. La visión de la transición española, desde la óptica de un grupo de militantes de la extrema izquierda (entonces apenas adolescentes, entre 1975 y 1980), fue uno los trabajos más difíciles, y a la vez más divertidos, a los que jamás me he enfrentado. Imágenes, sonidos y palabras (eso sí: dispersas y fragmentadas; definitivamente inconclusas) completaron un cuadro donde la historia oficial fue sustituida por la historia particular de una barriada obrera y de sus hijos más problemáticos. Mucho ha llovido desde entonces pero, la función del archivo, en este caso, siempre estuvo completamente clara: la interpretación de la lluvia por aquellos que, a pesar de las dificultades, también se mojaron; por aquellos que, además, nunca acabaron apareciendo en los libros de historia:

Los grandes humoristas y los grandes cómicos, de Cervantes a Sterne o a Buster Keaton, nos hacen reir con la miseria humana porque también la descubren y en primer lugar en ellos mismos, y esta risa implacable implica una amorosa comprensión del destino común.

Mientras Claudio Magris deambulaba por el Danubio (fue mi lectura favorita durante la organización del archivo: de ahí su cita), nosotros destrozábamos, a duras penas, la leyenda construida en la memoria, y aprendíamos a reconocernos un poco más humanos. Eso sí, el archivo se demostró con el tiempo poco menos que imposible, incierto, y a veces inaudito. ¡Quién sabe!, quizá por aquello de la pluralidad de lo real, o quizá porque, sin saberlo, estábamos dando cumplimiento a aquello que en su momento ya anticipó Derrida: si es un buen archivo, debe ser por esencia inacabado, abierto e imperfecto:

Y sí, efectivamente, la historia -ese género narrativo que a veces se nos antoja fácilmente manipulable-, la historia, decía, oficial o no, registra acontecimientos de un innegable valor o interés para la investigación que ahora nos ocupa. Aquí, en este Archivo, sólo se recogen algunos episodios. Veinte años, a pesar de lo que sugiere el tango, son toda una vida. Y el relato de toda una vida, de detalle en detalle, de microcosmos en microcosmos, nos obligaría a renunciar a la presente, condenándonos, como archiveros mayores de la memoria, a trabajar agotadoramente, indefinidamente, día y noche por los años de los años infinitos.

Con estas palabras disculpaba yo la paralización de un archivo que nació con vocación de telaraña. Ahora, restringido tan sólo a este último año, un nuevo archivo se abre a la inmensidad de todo lo ya archivado: La insoportable levedad del weblog: 365 días en la Red. Queda saber si seré capaz de juntar otros 365 días con sus respectivas noches. En caso contrario, lo único que cambiará serán los materiales del archivo, porque el archivo, como la galaxia, posee anaqueles infinitos.

***

(Hace ya algún tiempo, Hans Magnus Enzensberger escribió lo siguiente:

Hay asimismo otra ventaja en la red de ordenadores: su ilimitada capacidad de almacenamiento, que no carece de su lado oscuro. En efecto, el rapidísimo ritmo de innovación tiene por consecuencia la reducción de la vida media de la tecnología de almacenamiento. Los National Archives de Washington ya no están en condiciones de leer registros electrónicos de los años sesenta y setenta. Los aparatos que serían necesarios para ello se han extinguido hace mucho. Los especialistas que podrían convertir los datos a formatos actuales son raros y costosos, de modo que hay que dar por perdida la mayor parte del material. Es evidente que los nuevos medios disponen tan sólo de una memoria reciente técnicamente limitada. Las implicaciones culturales de este hecho no han sido reconocidas todavía. Es probable que todo esto conduzca a que cada vez más podamos retener las cosas durante un tiempo cada vez más breve.

Desde que comencé a publicar en Internet he perdido la pista de tres o cuatro trabajos, colgados en su día en sitios que ya no existen; asimismo, he dado de baja un blog repleto de buenas intenciones. Toda esta información, ¿en qué agujero negro del ciberespacio se encuentra ahora? ¿Podremos recuperarla algún día? Cayetano Lupeña, hace unos días, me aconsejaba la posibilidad de colgar mis artículos en el grupo de noticias es.humanidades.arte, en ese lugar protegido por Usenet, porque allí, me decía Cayetano, estos trabajos no desaparecerán jamás. Mi analfabetismo digital me impide comprender el funcionamiento de estas herramientas, pero estoy seguro que siguiendo la pista de Cayetano acabaré diferenciando el trigo de la paja. Un lugar de reposo permanente significaría la culminación del archivo, la eternidad del texto y el recurso vengativo del recuerdo. Aunque, llegado el caso, como dice Todorov, no conviene abusar demasiado de la memoria: una vez restablecido el pasado, ¿para qué puede servir, con qué oscuro fin, a quién podría interesarle?)

6 comentarios

Lau -

Otra (como ya empecé, sigo aquí, pero qué raro yo haciendo comments así de breves... :S), que hablando de proyectos de archivar fotos, uno que he visto no hace tanto, y me ha parecido de lo más interesante, es el de un sujeto que se fotografió junto a su familia durante unos veinte años, siempre el mismo día del año y en el mismo lugar (la muestra en conjunto era realmente impresionante, lástima que no recuerdo el nombre de este hombre, que seguro algo habrá de él en red, sería genial que si alguien lo conoce -que aquí sorprenden todos por el nivel- me diga su nombre, que yo lo he olvidado por completo ya).
En fin, lo último, que si es que acaso estás de cumpleaños (es eso o entendí mal el principio del post), pues un tirón de orejas -virtual y archivado, ea- y, desde luego, un súper y feliz cumpleanís.

(Y que continúes con esto por mucho tiempo más, que si no, síndrome de abstinencia me va a dar... :))

Lau -

Jo.
Cuántas cosas para decir, como siempre... (vaya, adicta que me he hecho a este lugar, eh).
Pues (por partes): eso de 'recurso vengativo del recuerdo', yo me lo llevo (¡que sí, que me lo llevo y archivo, y luego uso sin darte crédito de autor, ñaca! :))
(Peleadora que ando, sí... :P)
Pero ya por caso, lo de que las cosas se pierdan (esa suerte de selección -no muy- natural de la memoria) no me parece, en general, tan malo. De algún modo, más bien me aterra la perspectiva de la memoria ilesa y permanente, quién sabe por qué (tal vez porque la memoria contribuye normalmente tanto a la infelicidad... no sé bien, pero cuántas ideas para trabajar me llevo de aquí, como siempre, eh). En un cuento que jamás terminé de escribir (ni lo haré, porque yo es que me parezco en la incompletitud a mis personajes, ale), un sujeto vive casi toda su vida intentando hacer exactamente lo contrario: borrar todas las huellas de su paso por la tierra.
Desde luego, descubre que es imposible tener eso controlado (y muere recordado e infeliz, ja).
En fin, largo rato podría charlarse sobre el tema, claro. Pero (para no hacerlo tan largo esta vez), sólo dos cosas (bueno, tres): una, que Erzensberger me parece un autor de lo más interesante, qué bueno que lo traigas (aunque yo lo he leído más en poesía que otra cosa, tiene un poema sobre cajas sin fondo, precisamente, que es una de las cosas más geniales que he leído, cuando lo encuentre, que por ahí lo tengo, lo voy a postear).

Enrique -

Cayetano: seguro que fui yo quien no lo entendió correctamente. Archivo la aclaración, tan importante como todo lo que aportas en materia digital.

Oscar: es un placer tenerte por aquí. Gracias por los enlaces. No conocía el caso de Joachim Schmid, otro afectado compulsivo de la enfermedad del "archivo".

óscar -

Parece que los enlaces se han estropeado en el comentario de arriba; ahí van otra vez:

J. Schmid: 22http://www.cefvigo.com/galego/galeria_joachim.htm

Archiv: http://sunsite.cs.msu.su/wwwart/archiv/

óscar -

Hola Enrique y comentaristas; añado otra referencia sobre fotógrafos basureros: Joachim Schmid, un señor alemán que también dedicó (o dedica) buena parte de su vida a recoger fotos abandonadas (Fotos de la calle). Curiosamante otra de sus colecciones se llama Archiv.

Cita del texto de Stephen Bull:

En 1986 Scmid había juntado una enorme cantidad de material fotográfico, no ya encontrado en la calle, sino buscado con interés en sitios como ferias y publicaciones. Con este material (instantáneas, postales, fotos recortadas de revistas) Schmid comezó a montar paneles de fotografías similares. Estos paneles se convirtieron en la serie Archiv. Estudiando una enorme cantidad de instantáneas del archivo, se dió cuenta de que se repetía una y otra vez el mesmo tipo de fotos (...). Como si fuese un antropólogo de la fotografía, Schmid agrupó estas fotos en diferentes “especies” [tópicos].

(Saludos de uno que te lee con gusto.)

Cayetano -

Una precisión, los artículos publicados en un grupo de noticias caducan en el servidor de news, el tiempo es variable y depende de cada servidor, pueden caducar en una semana o un mes y despues desaparecen del servidor.

Cuando digo que el artículo escrito en grupo de noticias permanece durante muchos años accesible me refiero a los repositorios que recogen esos artículos y los guardan, por ejemplo lo que antes era dejanews y ahora es groups.google.com Una simple aclaración, es posible que no me expresara correctamente ;)